lunes, 11 de mayo de 2009

MADRES EN LA PLAZA

Es conocido que antaño cuando un chaval decía de ser torero se encontraba con la oposición familiar, que por todos los medios buscaban la manera de quitarle esa idea.
Hoy es totalmente diferente, un chiquillo dice de ser torero y lo primero es apuntarlo a una escuela taurina; después, a casa del sastre a vestirlo y equiparlo de todo lo necesario, no reparando en gastos, aún a costa de buscar créditos, o en el mejor de los casos algún familiar que se haga cargo de estos gastos.
Como dijo el Guerra, ser torero es muy dificil; ser figura, imposible. Aun hay algo más dificil: ser, o mejor, saber ser, padre de torero.
Los padres (he conocido varios), por lo general, no son ni aficionados, pero en cuanto el hijo dice de ser torero se atreven y osan opinar delante de gente que no ha conocido más profesión que el toro, y en eso llevan media vida. Lo más grave, quieren imponer su criterio al hijo, se atreven a indicarle con que mano ha de torear, los terrenos más propicios, etc. En fin, orientar al hijo durante la lidia. Con el afán de guiar al hijo sólo consiguen meter la pata.
Pero ahora a esto se añade otro mienbro más a la cuadrilla: LA MADRE.
La madre ya no se queda en casa como antaño, rezando y esperando la llamada del mozo de espadas o el mismo hijo haciéndole saber que ya ha terminado la corrida y deje de sufrir y pasar miedo.
Ahora la madre acude con amigas al hotel, quiere ver como se viste el hijo, si el añadido está muy alto, o si el fajín le hace barriga, y todo por presumir de hijo torero. No suficiente con esto, pretende comer con el hijo y la cuadrilla, participar en todo lo del hijo.
A la hora de la corrida, se aposentará en el tendido, si puede ser barrera, mejor, será la primera en ovacionar al hijo, y si hay ocasión, su pañuelo sera el primero que se vea en la plaza. Pero cuando sea otro el torero en la arena, abroncará más que nadie y mostrará su disconformidad ante los trofeos concedidos por el Ussia.
Esto ya se ve demasiado en las plazas, la última incorporación a una cuadrilla: LA MADRE.
Todos conocemos el santuario que Doña Angustias tenía en el chalet de la calle Cervantes, en Córdoba, donde junto a sus hijas oraba mientras su hijo, el gran Manuel Rodríguez, Manolete, jugábase la vida cada tarde.
Nadie vió jamás en los toros ni a Doña Angustias ni a la señora Gabriela, madre de los Gallos.